18.2.07

El que dijo basta

El que seguro no leyó a Lipovesky. El que no se sabía si había sido boleta, porque andaba metido en algo. El que llegó tarde y se mantuvo, en un rincón, calladito, escuchando las boludeces que sus ex compañeros decían, a lo largo de la noche, y de forma sistemática para divertirse, (Con la democracia se come se cura y se educa; Patria sí, colonia no): ése, en un momento, golpeó la mesa, provocó un silencio espeso, y dijo que hay cosas con las que no se puede joder. Dijo, el tipo que no había leído a Lipovesky y que zafó de ser boleta porque casi seguro estaba metido en algo: basta, basta de boludeces. Dijo basta, el tipo. Dijo, entonces, algo contundente.
Se trata del segundo monólogo de los 4 Jinetes Apocalípticos, de José Pablo Feinmann, representados de forma impecable por Mauricio Dayub, y reestrenados esta semana en el Multiteatro.
El entretenimiento irónico crece, se desparrama, amorfo, desde hace unos años en la sociedad global: lo va ganando Todo. Dice, ese discurso, por ejemplo, que las ideologías han muerto. Da la sensación que se hace cada vez más difícil ponerle un freno. Decir con contundencia algo. Por ejemplo: decir basta. Y que ese grito tenga consecuencias concretas. E impedir que esa contundencia sea devorada, luego, inevitable, por la masa amorfa, viscosa de la ironía entretenida, que le va quitando, desactivando cualquier consecuencia, cualquier efecto, por ejemplo, político que entrañe el grito contundente.
Por eso, en la obra, al que dijo basta lo dejan solo, será el "gil" al que le harán pagar la cuenta.

1.2.07

Y el tiempo no para

Algo comienza para terminar: la aventura no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte. Hacia esta muerte, que acaso sea también la mía, me veo arrastrado irremisiblemente. Cada instante aparece para traer los siguientes. Me aferro a cada instante con toda el alma; sé que es único, irremplazable, y sin embargo, no movería un dedo para impedir su aniquilación. El último minuto que paso – en Berlín, en Londres – en brazos de una mujer conocida la antevíspera – minuto que amo apasionadamente, mujer que estoy a punto de amar – terminará, lo sé. En seguida partiré a otro país. Nunca recuperaré esta mujer, ni esta noche. Me inclino sobre cada segundo, trato de agotarlo; no dejo nada sin captar, sin fijar para siempre en mí, nada, ni la ternura fugitiva de esos hermosos ojos, ni los ruidos de la calle, ni la falsa claridad del alba; y sin embargo, el minuto transcurre y no lo retengo; me gusta que pase.

J. P. Sartre.

Huellas del pasado